miércoles, 22 de abril de 2020

La importancia de criar en ¨tribu¨, hoy

Fuimos diseñados como seres humanos para vivir en comunidad.  Si nos remontamos a la vida de una tribu en la historia de la humanidad, la mujer que devenía madre compartía la crianza de su hijo junto a otras mujeres que vivían junto a ella, donde los códigos de crianza se unían en un lenguaje común aceptado por todos según la tradición.  En tiempos no tan lejanos, la mayoría de las mujeres, trabajaban sólo en su casa como ama de casa y madres, y el puerperio y la crianza se acompañaban entre abuelas, tías y primos jugando, vecinas del barrio que se conocían y se encontraban. La soledad en la crianza es un fenómeno nuevo que nace en esta era donde las mujeres y varones empezamos un proceso de individuación, donde, por un lado,  la mujer sale del rol de ama de casa y madre solamente y empieza a ver qué más quiere hacer de su vida, comienza a trabajar fuera de casa, a tener otros intereses. Por un lado la realidad económica nos lleva a que en muchas parejas deban trabajar los dos y esto cambia abruptamente la dinámica familiar. Podríamos decir que aparece habilitado en la mujer la posibilidad de integrar roles y conectarse más con su propio deseo y vocación. Del sentirse parte de una tribu, comunidad o familia, donde todos éramos uno y se respondía a un criterio de crianza y educación en masa, comienza un camino de individuación. Es interesante ver que dentro del proceso de evolución del ser humano, las formas aprendidas, empiezan a romperse, a modificarse y aparece cada vez más el deseo y la voluntad individual por sobre la del mandato familiar. Este proceso de diferenciarse trae como consecuencia quiebres y antipatías dentro del grupo familiar y social. Rudolf Steiner nos dice que en este momento evolutivo de la humanidad estamos transitando la era del “alma consciente“*, donde el hombre empieza a pensar en forma individual diferenciándose del resto. Este darme cuenta y empezar a reconocer que yo soy alguien distinto a mi grupo familiar, es un fenómeno muy reciente en la historia de la humanidad y trae mucho movimiento social. Para poder diferenciarme de otro tengo que tomar distancia, separarme, ver y verme. Por lo tanto, como consecuencia de este fenómeno, sumado al aumento de actividad de las mujeres en general, se llega a que el modelo viejo de madres solo criando y padres trabajando, se transforme totalmente.
El gran desafío hoy consiste en cómo criar a mi hijo con conciencia, sabiendo que yo trabajo, mi pareja también y las mujeres de la familia y amigas están muy ocupadas en su proceso de encontrarse a sí mismas, con procesos personales fuertes y poco tiempo para dar. Las abuelas, vecinas y amigas están en sus actividades personales y mientras la mujer deviene madre, de repente se encuentra con una pareja que trabaja mucho y las mujeres de su entorno no están o están en este proceso de liberarse de viejos patrones y descubriendo nuevos mundos, sin tiempo para dar a una madre puérpera.  Y aquí está el riesgo de este proceso, volvernos egoístas.
Es a raíz de este fenómeno social que surge en esta nueva era la maravillosa experiencia de los “grupos de crianza”. Grupos de pares en la misma situación de criar donde se juntan desde la voluntad y la libertad a acompañarse sin juicios y desde el amor. Estas son las nuevas tribus Más allá de estar acompañada por nuestras familias o no, la vivencia de madres criando junto a otras madres, donde nos acompañamos, sin juzgarnos y con respeto, nos da fuerza y sostén para enfrentar día a día el desafío de criar a nuestros hijos en la sociedad de hoy. Mejor aún es cuando se van integrando las parejas y se arma una red de contención y ayuda mutua entre pares. Esta experiencia no solo enriquece sino que por sobre todas las cosas contrarresta la soledad y la depresión durante el puerperio, evitando muchas veces que la madre se aleje de su cría antes de tiempo y sostenga el puerperio y la lactancia gracias a la energía amorosa y de apoyo que brinda la red.  Esta red debe tener como base el respeto por la libertad y decisión de cada integrante. En este proceso de diferenciarme y ser yo, nos obliga a volver a preguntarnos: ¿Cómo es criar hoy?¿Qué necesita este hijo? ¿Qué necesito yo como ma/padre? ¿Qué tipo de escuela, medicina, religión, etc. elijo para mis hijos? Cuestionarnos, este es el nuevo desafío. No hay nada dicho, o mejor dicho, cuestionar lo dicho y ver si mi hijo y yo necesitamos eso hoy. Romper formas para encontrar nuestras propias formas. El riesgo en este movimiento social está en la dificultad de convivir con las diferencias y aceptarnos. Esto a veces nos deja un poco solos y aquí es donde se produce el milagro donde en mi búsqueda me encuentro con pares que sienten parecido y me siento en familia sin ser la de sangre.  Justamente, hoy debemos volver a elegir pero desde la conciencia, ya no desde un mandato o porque en mi familia se hace así, sino desde mi propia búsqueda personal, aunque terminemos coincidiendo con las formas familiares pero desde la conciencia.
Dada la importancia de la red de madres y padres, debería empezar a ser un proyecto consciente en la sociedad. En cada localidad debiera estar funcionando un grupo de crianza, donde las mujeres se comprometan con otras mujeres, más allá de sus credos y costumbres y nos hermanemos en esta maravillosa responsabilidad de criar niños.  Y empezaremos a sentir que la familia extiende sus formas y en el encuentro una mujer que jamás vi antes y que es madre y me acompaña en mi puerperio y de repente se torna una hermana del alma, donde no solo velo por mi hijo sino que el hijo de otra madre pasa a ser como mi hijo también. Y así de a poco y aceptándonos diferentes, se torna una nueva comunidad de seres libres acompañándonos en el amor y el respeto por el otro. Volviendo a la tribu desde la conciencia y la libertad.
Extraído de la revista Mapaternidad, escrito por Lic. Liliana Krasevac

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