lunes, 16 de junio de 2014

Un parto fisiológico

Un parto fisiológico es aquel en el que se ponen en marcha todos los mecanismos que la naturaleza tiene previstos para que nazca el bebé. En el parto fisiológico no existen las intervenciones médicas. Cuando el bebé y la madre comparten un embarazo saludable, el parto se inicia solo, transcurre solo y termina concretándose el nacimiento y posterior alumbramiento (se llama así a la expulsión de la placenta).
Podríamos decir que el parto tiene tres etapas: una fase inicial, una fase activa, y la fase final, que es el momento del nacimiento del bebé, llamada expulsiva. Durante la fase inicial suele perderse parte del tapón mucoso, pero también puede perderse antes, o después. A veces el trabajo de parto se inicia de repente, con la rotura de la bolsa de aguas.
La fase inicial es cuando comienzan las contracciones, pero estas contracciones no suelen ser dolorosas, ni tampoco demasiado rítmicas ni seguidas. Están, pero son “aburridas”. Pueden estar unos cuantos días, incluso. Su función es ablandar el cuello del útero. “calentar los motores”. En un parto fisiológico no se medican. En un parto que se supone será intervenido, sí: para detenerlas (“si se detienen es que no son las de parto”) porque se las considera de falsa alarma. No conviene detenerlas, sino observarlas. Mientras sigan siendo de esas características, sigue siendo la fase inicial. La fase activa es cuando inconfundiblemente las contracciones se organizaron. El útero “se puso las pilas”, se lo tomó en serio, la oxitocina producida por el hipotálamo de la mujer comienza a aumentar, y las contracciones también. En frecuencia y en intensidad.
Estas contracciones comienzan a percibirse más intensas, más dolorosas. Estas son las contracciones uterinas que llevaran a la dilatación del cuello del útero para que el bebé pueda salir. El dolor sin embargo dura lo que dura la contracción: un minuto. Luego el organismo se relaja y el hipotálamo provee la recompensa: Endorfinas. Se pone en marcha la compensación a la actividad uterina, con producciones cada vez más intensas también de esta sustancia que provoca un estado de “bienestar con conciencia alterada” en la mujer. La mujer “parte” al planeta parto. Ya no habla, no responde a las preguntas. Tampoco hay que hablarle. Solo estar atentos a sus gestos para brindarle lo que necesite: agua, algún trozo de fruta, algún toque suave para aliviarla, sostén para que pueda colgarse.
La mujer en este período busca la mejor posición para ella y su bebé. Optimiza sus energías al máximo para poder sobrellevar el momento. Por eso no habla, ni se ríe. Está totalmente introyectada, conectada con sus adentros. Si se logra mantener un clima de intimidad, oscuridad y bienestar en el ambiente, las contracciones quizá van a  doler, sí, pero la mujer tendrá su dosis de calmante propio para poder continuar. En este momento la corteza cerebral, la parte que se ocupa de las funciones propiamente humanas (pensar, calcular, recordar) se apaga y deja lugar a la acción del hipotálamo, una parte primitiva del cerebro, común a todos los mamíferos.
La mujer se comporta igual que otras hembras en trabajo de parto, necesita oscuridad, protección, silencio. Si estas condiciones se interrumpen, con situaciones interpretadas como peligrosas (diálogos innecesarios, interrogatorio, normales por ejemplo en un ingreso a un centro asistencial), el cerebro detiene la producción de endorfinas, y segrega otra sustancia: adrenalina, presente en estados de alerta. La fisiología interpreta que no es seguro parir y detiene el proceso. Si esto ocurre, es probable que las contracciones se tornen más dolorosas, o que incluso se detengan, a veces por completo.
Sin embargo, si se retoman esas condiciones, vuelve el trabajo de parto y se reinicia el proceso.
Cuando el cuello del útero se dilató por completo, las contracciones cambian. Se vuelven diferentes, y viene el reflejo de pujo.  Se podría describir como un deseo de empujar hacia fuera. Las contracciones ya no duelen. La mujer ya no teme que vengan, sino, que las desea, pues las ganas de empujar son irrefrenables. Está sacando a su bebé.
La mujer suele colocarse en posición cuclillas (conviene prepararse durante todo el embarazo para que el cuerpo responda en el parto), o en cuatro patas para mantener su comodidad y llevar a cabo la tarea con todo su cuerpo. La mujer espontáneamente jamás se acostaría de espaldas ni levantaría las piernas. Esa posición es horriblemente dolorosa y además riesgosa para su bebé, porque comprime la región aorta-cava, la fuente de sangre que va hacia su hijo.
La mujer entonces puja, cuando le viene el deseo, cuando viene la contracción. “Surfea” la contracción, haciendo fuerza sobre ella. (Puede suceder que el profesional que la asiste observa que puede desgarrarse, y le indica que aunque venga la contracción-pujo, no haga fuerza. La mujer puede entonces soplar muy seguido, y perder la fuerza “por arriba”, hasta que pase la cabecita del bebé. Una o dos contracciones-pujo). A veces sale primero la cabeza, y el bebé rota para que el cuerpo salga después. A veces sale todo el bebé entero, como una catarata.
La madre lo toma, y lo recibe en sus brazos. El cordón umbilical sigue latiendo, mandándole sangre al bebé, toda la que le corresponde. Cuando el cordón se detiene, el bebé ya comenzó a respirar solo, sus pulmones se expandieron, probablemente sollozó, el sentido de su circulación se invirtió, su corazón mutó. Todo eso, mientras recibía los últimos aluviones de sangre oxigenada por su madre, en brazos de ella. El bebé abre los ojos, y mira serio. Escudriña a su madre. La conoce. Es lo primero que ve en su vida. La impregna para siempre en su alma. El cordón dejó de latir, y puede cortarse. La placenta sale un momento después, sobre todo si el bebé se pone a mamar. Genera otro aluvión de oxitocina, pero este momento no duele en absoluto.
Listo.

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